El lenguaje de las emociones

Casi todas las personas, expertos y científicos incluidos, clasifican las emociones en dos grandes grupos: emociones negativas y emociones positivas. Esto tiene una explicación lógica y un sentido. Básicamente unas nos hacen sentir bien y las otras mal. Es decir, es una clasificación que responde a lo que en psicología se denomina valencia afectiva, que se refiere a las sensaciones subjetivas agradables o desagradables que nos generan las emociones.

El lenguaje es una herramienta muy potente y condiciona el pensamiento y, en última instancia, el comportamiento y la forma en la que interpretamos la realidad.

Por lo tanto, al llamar a unas emociones positivas y a otras negativas, estamos diciendo también de forma implícita que las primeras son buenas y las segundas son malas, ya que, por norma general, lo positivo es considerado algo bueno y lo negativo algo malo. O al menos así se concibe en la mayoría de las culturas y sociedades del mundo actual.

Por eso, a mí me parece más útil hablar de emociones agradables y desagradables, y de emociones adaptativas y desadaptativas.

  • La primera clasificación es más fiel a la sensación que nos produce una emoción, es decir, a su valencia afectiva, pero eliminando el juicio sobre la bondad o maldad de dicha emoción. Consiste en agruparlas únicamente en base a la experiencia subjetiva que genera en nosotros.

  • La segunda clasificación se refiere a la función que cumple una emoción en nuestra vida: si nos sirve y nos ayuda (adaptativa) o nos limita y condiciona (desadaptativa). Todas las emociones cumplen inicialmente una función adaptativa, es decir, sirven para algo y nos ayudan a relacionarnos con el entorno, con los demás y con nosotros mismos. Sin embargo, la forma en la que gestionamos una emoción, hace que sus consecuencias y utilidades sean muy diferentes, y pueda convertirse en desadaptativa y limitante.

Peter J. Lang, psicólogo y profesor del Centro para el Estudio de la Emoción y la Atención de la Universidad de Florida (EEUU), es uno de los máximos representantes en el estudio de las emociones. Su trabajo revela que no existen diferencias significativas entre la respuesta emocional de personas de diferentes géneros, países y culturas. Esto nos permite afirmar que las emociones son algo universal, algo que caracteriza al ser humano como especie.

Lo que sí que varía es el significado que se le otorga a cada emoción en los distintos países y culturas, lo que a su vez repercute en las situaciones o conductas que las desencadenan. Así por ejemplo, si se nos escapa un eructo en una comida en España, seguramente sentiremos vergüenza, porque lo interpretamos como algo que no es adecuado para la situación. Sin embargo, en países como China o la India nos sentiríamos bien al hacerlo ya que allí significa que la comida nos ha gustado y es algo que el resto de comensales también interpretarían positivamente. Como vemos, en cada cultura un mismo hecho tiene significados diferentes, lo cual a su vez genera emociones distintas.

Otra de las grandes aportaciones del profesor Lang es el llamado triple sistema de respuesta de las emociones; una teoría formulada en 1968 que explica cómo las emociones se manifiestan mediante una respuesta cognitiva, otra fisiológica y una tercera a nivel conductual. Gracias a este modelo, resulta más fácil comprender cómo funcionan las emociones, sus consecuencias y cómo podemos aprender a gestionarlas. 

Existe un importante debate en relación al orden de aparición de estas tres respuestas de las emociones: hay quienes defienden que primero se producen los cambios fisiológicos y eso genera unos pensamientos y acciones concretas; otros afirman que es el pensamiento lo primero que parece al interpretar y significar una situación y, a partir de ahí, se producen unos cambios en el cuerpo y unos comportamientos; otros creen que… 

La verdad que es un debate bastante interesante y extenso, pero sin demasiada importancia para la finalidad de este texto. Además, las diferencias temporales en las respuestas a veces pueden ser de milisegundos y otras veces de horas. Lo cierto es que esos tiempos variarán mucho según la emoción y su intensidad, la situación y la persona. Lo importante al fin y al cabo, es ser consciente de que cada emoción se manifiesta por esas tres vías, ya que eso nos ayudará a mejorar nuestra gestión emocional. Veamos un ejemplo con la tristeza y cómo ésta se manifestaría con tres tipos de respuesta:

  • Respuesta cognitiva de la tristeza: son los pensamientos que uno tiene cuando está triste. Podrían ser algo tipo “No me gusta mi vida”, “Nunca soy capaz de hacer esto bien”, “No me siento querido”… Estos pensamientos proceden de la interpretación que hacemos de la realidad, así que podríamos trabajar para sustituirlos por otros e interpretar la realidad desde otro punto de vista.
    • Por otro lado, a nivel cognitivo también se producen cambios en procesos como la atención, la memoria, la concentración o la toma de decisiones. Cuando estamos tristes nuestra atención suele centrarse en elementos congruentes con ese estado de ánimo y la memoria funciona peor. Y lo mismo ocurre con las demás emociones, cada una actuando de una forma diferente en los procesos cognitivos y en los pensamientos.

  • Respuesta fisiológica: son los cambios físicos que se producen en el organismo en variables como la tensión muscular, la presión y la tensión arterial, frecuencia cardíaca, respiración, conductancia de la piel, sistema digestivo, etc. En el caso de la tristeza lo más probable es que ocurran respuestas como el llanto, aumento o disminución del apetito, poca energía o vitalidad, fatiga, mirada baja, rostro o expresión de abatimiento, etc.

  • Respuesta conductual: son los comportamientos, lo que hacemos (o no hacemos) y decimos al sentir una emoción. En el caso de la tristeza podrían aparecer comportamientos como quedarse en casa sin hacer nada, cancelar planes, hacer las cosas con desgana, hablar en un tono de voz apagado, etc.

Como vemos, las emociones tienen un lenguaje, una forma de comunicarse con nosotros y con los demás, que debemos escuchar y comprender, si queremos mejorar nuestra inteligencia emocional y, en definitiva, nuestro bienestar y nuestra felicidad, y de las personas con las que nos relacionamos.

Para terminar, me gustaría destacar la idea de que, a pesar de que todas las personas manifiestan las emociones mediante este triple sistema, con respuestas muy comunes y repetidas, en realidad, cada persona es un mundo y desarrolla sus propias formas de respuesta, que no son mejores ni peores, simplemente diferentes. Lo importante es entender y escuchar en cada caso la emoción que hay detrás y recordar que no hay emociones buenas ni malas, sino agradables y desagradables, o adaptativas y desadaptativas.

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